La caída de la República

Venezia terminó hundiéndose un miércoles por la tarde, mientras el sol iniciaba su ocaso sobre el Mar Adriático, perdiendo sombras entre la procela y el vacío incapaz de ser llenado por la humanidad restante.

El antiguo Golfo se tragó en un soplo la Basílica de San Marcos con sus reliquias, la mesa de Tiro y todas la riquezas acumuladas por la República a lo largo de su extraordinaria existencia, durante la cual ocupó dominios del mar en más de un continente y aventuró excursiones comerciales hasta el fin del mundo conocido, a través de la ruta de la seda entre tantas otras aventuras que ahora se perdían bajo el agua.

Los lustros dedicados a su recuerdo no han sido capaces de recobrar la magia del agua alta, la presencia imponente de sus palacios y su infinita melancolía, como si de un paciente desahuciado camino a su desenlace fatal se tratara. Los visitantes siempre intuían que no duraría mucho luego de recorrer esos despojos decrépitos pero hermosos, pero jamás imaginaron lo doloroso de su ausencia ni el impacto en lo que quedaba de cultura en un mundo que la seguiría pronto, sin la serenidad con la que dominaba las olas durante todos los siglos que se mantuvo en pie a pesar del pronóstico.

Al conocerse la noticia ni la pandemia crónica, ni la crisis económica global de varias generaciones lograron atenuar la sorpresa, como si nadie quizás hubiera podido anticiparlo, al cabo de una agonía eterna debida a la tara congénita incapaz de superar.

El aroma de café aún se percibe en los alrededores de lo que era Burano, al compás de Vivaldi, quizás porque la fecha de su fallecimiento marcó el último día de la antigua Capital del Veneto, antes que Europa iniciara su desmembramiento a partir de la salida accidentada del Reino Unido. Era el 28 de Julio del 2141 y nunca olvidaremos esa fecha.

Gustavo Pisani

Richmond, 21 septiembre 2020

#futurismomágico